domingo, 3 de noviembre de 2013

la vida, autor: Mariana I. Cueto Zorola




Esa mañana toda me daba vueltas, miraba a mi abuela acomodándose en el colchón que compartíamos. Mire la hora y no era más tarde que mi hora habitual para despertar, sin embargo el sol, la luna y las estrellas aun eran apreciables.
Abandone la cama, y esa pequeña imitación de perro, se despertó y comenzó a ladrarme y a gruñirme como si fuese un extraño.

Conforme bajaba las escaleras, no había ningún cambio en la luz externa que se colaba por las ventanas. Me sentía débil, sin fuerzas, me sentía como una vela extinguiéndose en la profundidad del abismo; cada paso la escalera se hacía más y más larga.

Pisando el final de la escalera me sentí con el agobio que emanaba de la perpetua oscuridad, no había más luz que la luz de las ventanas, y entre llantos recordaba mi vida.

Si recordaba mi patética existencia, nunca logre hacer algo importante en mi vida, solo era un estudiante de una carrera de amaba tanto como odiaba, nunca experimento el calor de, un cuerpo amoroso a voluntad por ser tan inseguro de mi persona, tenía amigos en todas partes a las que fui pero nunca duraron más que lo que me quede, amores viajaron que nunca disfrute, y mi único trabajo era ser un perro lazarillo de mi ciega abuela.

Realmente mi existencia nunca trascendió, siempre la sentí vacía. Amaba la vida, si la ame pero recordé que la muerte le importa poco que tanto ame a la vida, le importa poco quien seas, de ella nunca puedes escapar. Lo sé, mi cuerpo inerte yace en los brazos fríos de mi abuela.


Hace tiempo que todos nos fuimos.