Poema dedicado a mí querido amigo de la infancia Víctor Wallace. Que el ángel de 7 lenguas te de descanso eterno a tu bella alma, no te preocupes nunca más. Esta ópera nunca terminara hasta satisfacer a ese supremo Ángel que llamo mi señor
Tras las colinas, nos reuniremos.
Carentes de piedad y de calor,
adoraremos a nuestro amo y señor.
Con sangre sobre las capuchas de manta,
y nuestros ojos oscurecidos por tu piedad,
de pie, rezaremos nuestras plegarias señor.
No buscamos ser ángeles ni salvadores,
solo buscamos tu despertar de nuestro señor,
un despertar sobre plegarias y sacrificios.
La sangre sobre el improvisado altar,
las ofrendas gimen y lloran lágrimas negras.
Mientras “tu Codex” es revelado por tu luz.
Un Codex revelado por tu luz de sabiduría,
y una visión es revelada; Tu palabra es ley,
y tú sobre su mente, comanda las hordas sombrías.
Nosotros somos las sombras. La piedad,
la cálida piedad se desvanece en la oscuridad
quedando solo, el silencio sepulcral de la muerte.
Una visión develada, por tu iluminación.
Motivada por el olor a sangre fresca
y un sueño de ideales retorcidos.
Somos tus monjes, tus bestias.
Somos más terrenales que celestes,
nuestros gruñidos el silencio rompen.
Tu Codex puede controlarnos, porque él es tuyo.
Le servimos, porque es tu voz en la tierra,
pero solo somos tus esclavos, nuestro señor.
Mantendremos fuerte nuestra lealtad,
y la oscura noche nos sonreirá, mientras
las llamas danzan sobre el horizonte.
Y con estas ofrendas de carne virgen y fuego,
buscamos complacerte nuestro ángel sombrío
de siete voces celestes y armoniosas.
El ángel oscuro y bello, en su manto de sombra;
su canción, tan hermosa y poderosa es,
marcará la pauta del final de los tiempos.
Donde las estrellas vibren, graciosamente;
y las velas iluminen la eterna penumbra,
oh hermoso ángel del final del tiempo.
Con la estrella triunfante a tu diestra,
agonizante, brillara intensamente.
¡Todos lo sabrán, el mundo lo sabrá!
Con el fuego sombrío a tu siniestra,
su luz sobre el sol carmesí de la sangre,
la flama eterna de tu vela, alumna tu rostro.
Tus siete bocas, mi amo y señor;
entonan solemnes un himno.
Un himno que marca el inicio del fin.
Oh, mi amo y señor Zalgo.
Ángel de oscuridad perpetúa,
oh, amo y señor te imploramos.
Limpia este mundo de la maldad,
limpia a este mundo de la bondad,
que la entropía nos guie en nuestro paso.
Te impláramos, que aceptes estas humildes ofrendas;
ya que su palabra; nuestro amo y señor, es la ley.
oh, nuestro amo y señor Zalgo te imploramos…
primera oracion a nuestro amo y señor zalgo para ofrecer una virgen, escrita por Fausto Medicci y recitada por los seguidores de Zalgo. la corte de las sombras
Recuerdos bizarros recorren mi mente,
y el dolor es insoportable, los recuerdos;
el pasado me atormenta, quiero olvidar.
Tantos recuerdos, mi señor. Debo ser fuerte;
porque tenía que ser tan débil en el pasado,
porque los lirios no pueden permanecer blancos.
¿Porque, las cenizas siguen ahí?, el delirio.
La rabia enardece mi espíritu cada vez más,
no podía dejar de llorar, la humillación.
La ópera sin embargo debe continuar,
el gran salón y la bella orquesta a mis pies;
la reverencia y ovaciones mi olvidada patria.
Estoy de pie sobre el pedestal dorado,
enfrentándome al aria que me dio la fama,
y abajo un río de ardiente metal.
Frente a mí, las ovaciones de loe espectadores
quieren escucharme y sentir la lírica de mi voz,
y mi señor, está ahí para escucharme también.
Años sin pisar la arena del comienzo,
volveré con mi comienzo como Fausto,
Mefistófeles seré una vez más, mi señor.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro,
estoy nervioso. Odio el palacio de Garnier,
sin embargo. Mi deber quedarme y cantar.
El olor a rosas y los admiradores, todos por mi voz;
la noche me llama y el sueño debe encarnarse,
no soy malvado, ni soy bueno; es su voluntad.
Estoy en lo más alto, delirando y gozando.
Esta voz yo lidero este vals, que escribiste;
y esta vez, el telón baja despacio.
Haré lo mejor para no aburrir a nadie,
hasta el más frió corazón temblara.
Casi es hora, ¡rápido, cerrad las puertas!
Los cuerpos se contorsionan en una ronda,
con la luna alineada y la luz reflejada.
Es la hora acordada, perdónenme todos.
En un rió carmesí, un lamento ahogado;
más dulce es la hoja de la espada,
y la nota tan alta y solemne.
No hay gritos, solo un testigo.
El no hablara, eso yo lo sé.
Lo mira todo desde el balcón.
Me mira con indiferencia,
pero aplaude a mis actos.
No te preocupes, te puedes ir.
Lo sé, quiere seguir viendo este espectáculo,
seguiré cantando caprichosamente piezas varias.
Pero me observas sin temor, que prodigio.
Créeme, entiendo esa mirada mi amigo.
¿Tome tu presa antes de tiempo, no?
pero la fortuna es la emperatriz del mundo.